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El Carmelita Descalzo Seglar y la oración por los sacerdotes 

Como miembro de la Orden Tercera, el carmelita descalzo seglar ha recibido de Dios una «vocación» para vivir la vida evangélica en la familia, en el trabajo, en la vida social, según el carisma del Carmelo Teresiano. Uno de los rasgos característicos de este carisma es dar dimensión apostólica a la oración contemplativa, ante todo como se podrá constatar, el interceder por los sacerdotes.

              La Reforma Teresiana y la oración por los sacerdotes

Todo miembro de la Orden del Carmelo está llamado y vocacionado de un modo particular a buscar la unión íntima y amorosa con Dios en la oración. Así definirá Emanuele Boaga la oración del carmelita, el estar «siempre disponible al encuentro con el Señor, dejándose tomar y conducir por El y gozando de su presencia buscada y experimentada en la realidad de la vida, en lo cotidiano […] para ver la realidad con sus ojos y amarla con su corazón»[1], o sea la vida contemplativa es la base más profunda de su existencia.

En la oración se da un encuentro de amistad entre el Creador y la creatura, entre Jesucristo y el bautizado. En palabras de Teresa de Jesús, la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8, 5). Esta relación de amistad con Jesucristo, progresivamente tomará características esponsales, ya que es una relación del bautizado con Jesucristo Esposo de la Iglesia. Esta unión espiritual es tan íntima, que el alma enamorada sólo desea complacer a Cristo su Esposo y hacer su voluntad en todo. Cuando ello acontece el Espíritu Santo introduce al alma en la más íntima morada, donde habita Dios Trinidad (I M 1, 3), es entonces cuando el bautizado participa más profundamente de la acción intercesora de Jesús ante el Padre para bien de la Iglesia y la humanidad. De su unión con Jesús le proviene todo su ardor apostólico tanto en la vida de oración como apostólica.

La madre Teresa de Jesús dará dimensión apostólica a la vida de oración con tanta mayor intensidad cuanto más se adentra en los más encumbrados grados de la unión con Dios[2], de modo que añadirá a la contemplación de Dios propia del Carmelo, el ser intercesores ante Dios, principalmente por las necesidades más profundas de la Iglesia doliente, en particular por el ministerio Ordenado. La oración será el lugar donde el celo por la santidad de los sacerdotes se acrecentará:   «Entendí bien cuán más obligados están los sacerdotes a ser más buenos que otros, y cuán recia cosa es tomar este Santísimo Sacramento indignamente» (V 38,23). La mayor intimidad con Dios implica que se unan las dos cosas «alabéis mucho a su Majestad y le pidáis el aumento de su Iglesia y luz para los luteranos» (M. epíl. 4).

Para poder hacer frente a los males de la Iglesia de su tiempo y de todo tiempo, es esencial en primer lugar la reforma del clero, ya que reformándose éste contribuye a que toda la Iglesia renueve. Teresa de Jesús atribuye al sacerdote responsabilidades especiales de ejemplaridad y liderazgo. Ellos son los capitanes de la Iglesia, «¡Buenos quedarían los soldados sin capitanes!» (C 3, 4). Será consciente de la poca santidad de algunos, pero ella no se escandalizará, ni murmurará, sino que orará ardientemente por su conversión y pedirá a sus monjas que oren por ellos. Alcanzar de Dios la santidad del sacerdote (presbítero u Obispo) y la fecundidad de su labor apostólica constituirá el objetivo primordial de la oración de Teresa y de sus monjas, ya que la eficacia apostólica está vinculada a la santidad personal, porque sin santidad interior, quedará diezmada la eficacia de la acción evangelizadora.

Consciente de que Dios lo puede todo, no dejará de decir a sus monjas: «¿Qué nos cuesta pedir mucho, pues pedimos al poderoso?» (C 42,4). Por ello no tratará «con Dios negocios de poca importancia» (C 1,5). Les recordará a sus monjas: «cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se emplearen por esto que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor» (C 3,10). De este modo hace de la intercesión por los sacerdotes algo institucional, es la principal misión de sus hijas, las carmelitas descalzas, y esta misión la deja plasmada en Camino de Perfección con rasgos fuertes e indelebles: «todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden» (C 1, 2). Para que Dios «los haga muy aventajados en el camino del Señor […] vayan muy adelante en su perfección y llamamiento» (C 3, 2). Y «los que no están muy dispuestos, los disponga el Señor; que más hará uno perfecto que muchos que no lo estén, […] los tenga el Señor de su mano para que puedan librarse de tantos peligros como hay en el mundo» (C 3,5).

Las palabras de Teresa de Jesús en Camino de Perfección cobran todo su sentido en primer lugar en la persona del Papa ya que es el capitán, el letrado y predicador por antonomasia de la Iglesia universal y el Obispo de la Iglesia particular. Por ello instará a sus monjas a orar constantemente por los Obispos, les dirá: «teniendo santo prelado lo serán las súbditas» (C 3,10), es decir si son santos los Obispos así lo podrán ser sus diocesanos. Y «como cosa tan importante la poned siempre delante del Señor» (C 3,10).

El que la Madre Teresa aprovechara la profunda intimidad que gozaba con el Señor para hablarle de las grandes necesidades de la Iglesia, en particular de la necesidad de que hubieran santos y sabios sacerdotes, no hacía más que hacer vida una dimensión de Elías, presente en el carisma del Carmelo. Cuando Elías en el monte Horeb, percibe la presencia del Señor en la brisa suave, le hablará de la situación crítica en la que se encontraba la fe en El y el abandono de la Alianza por parte del pueblo de Israel (cf. 1Re 19, 12-14).  En la oración Elías recibirá luz sobre el modo de invertir la situación tan crítica que vivía el pueblo de Israel. Teresa de Jesús como tantos otros carmelitas en la oración recibirá luz y fortaleza para   ayudar a la Iglesia en los momentos más críticos de su historia.

Las ardientes oraciones que santa Teresa de Jesús dirigirá a Dios serán escuchadas. El mismo Señor le dirá: «pues era su esposa, que le pidiese, que me prometía que todo me lo concedería cuanto yo le pidiese» (CC 38). «¿Qué me pides tú que no haga yo, hija mía?» (CC 59, 2). Teresa suplicaba: «Favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en la cristiandad, Señor. Dad ya luz a estas tinieblas» (C 3, 9). En los años posteriores a las ardientes peticiones de Teresa, los decretos del Concilio de Trento no se convertirán en letra muerta. Gracias a los Papas reformadores y a los Obispos que irán aplicando los decretos del Concilio, habrá una mejora del clero secular y se irán reformando las Órdenes antiguas y tendrán un gran impulso misionero las nuevas que surgirán como la Compañía de Jesús. 

Dirá el teresianista Baldomero Jiménez Duque, gran conocedor de la espiritualidad cristiana, el orar por los sacerdotes como algo institucional, «es el primer ejemplo que se da de ello en la historia de la Iglesia. […] Santa Teresa, [es] la primera que formuló, como misión peculiar de una institución religiosa  […] pedir por los sacerdotes… [este] fué el gran encargo que dejó a sus hijas. El gran medio para salvar almas y para aumentar la Iglesia, puesto que de tener suficientes y santos sacerdotes depende en grandísima parte todo lo demás»[4].

Jesús Castellano también insistirá en la originalidad de la aportación teresiana a la vida de la Iglesia: Teresa «crea una nueva forma de vida evangélica: la contemplación al servicio de la Iglesia. Se trata, sin duda, de una intuición original de la Santa y una realización singular en el campo de la vida religiosa; hasta aquí se había insistido en el valor de la vida contemplativa en sí misma; Teresa, por su propia experiencia, da sentido apostólico a la contemplación y la abre a la comunión con toda la Iglesia. Es la intuición recogida ya en forma oficial por los documentos de la Iglesia»[5], entre ellos Perfectae Caritatis.

Santa Catalina de Siena (1347-1380) quería conseguir de Urbano VI la fundación de un monasterio en Roma, en el que los servidores de Dios, clamaran en la presencia del Señor por el bien de la Iglesia[6]. Pero no lo consiguió. Ello será realidad dos siglos más tarde, con la fundación del Carmelo Descalzo. En Teresa de Jesús se institucionalizará la ardiente oración que Catalina de Siena elevaba al Padre por la santidad de los sacerdotes. Era una oración ferviente, ya que el Padre le había prometido que quería hacer misericordia a la Iglesia, a través de santos ministros. En su libro de los Diálogos está expuesta la luz que el Padre daba a Catalina para alentar su oración incesante por los sacerdotes. Por ello es uno de los mejores libros para formar a grandes orantes que intercedan ante Dios por la santidad de los sacerdotes.

El carmelita descalzo seglar un intercesor ante Dios por los sacerdotes

El primer artículo de las Constituciones del Carmelo Descalzo Seglar dice: «Los Carmelitas Seglares, junto con los frailes y las Monjas son hijos e hijas de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo y de Santa Teresa de Jesús. Por tanto comparten con los religiosos el mismo carisma, viviéndolo cada uno según su propio estado de vida».

Como hemos visto el dar dimensión apostólica a la vida contemplativa, en particular el orar por los sacerdotes, es un rasgo característico del carisma del Carmelo teresiano, en el que la oración por los sacerdotes se convierte en un hecho institucional. Ello no es un rasgo característico de la espiritualidad de las monjas sino de todo hijo e hija de santa Teresa de Jesús, y de todo hijo e hija de la Virgen María del Monte Carmelo, que intercedió e intercede ante el Padre por los que participan del sacerdocio de su Hijo.

Lo que decía Francisco de Ribera,  protobiógrafo de santa Teresa, se puede decir también de todo carmelita descalzo seglar: «Todas las religiosas de esta orden deben tener siempre estampada en su alma, y es, que por más asperezas que hagan y por más que oren y canten y hagan todo lo que unas muy buenas y perfectas monjas deben hacer, no han cumplido con su llamamiento, ni con lo que Dios quiere de ellas, si no tienen particular cuidado de enderezar sus oraciones y ayunos y asperezas que habemos dicho, á ayudar á los que andan en el campo sudando y peleando por la gloria de Dios Nuestro Señor y por la defensión y acrecentamiento de su santa Iglesia, y en fin, por todos aquellos que particularmente  procuran la salvación de las almas. Así que, lo que á las otras monjas bastaría, á ellas no basta, y con lo que otras serían perfectas, ellas no lo serán enteramente, porque faltarían de lo que en su llamamiento y religión es lo principal»[7].

María es el modelo de vida de oración y de servicio apostólico del carmelita descalzo seglar (Cons. OCDS art. 4). Como la Virgen María en Caná, debe interceder con toda confianza a favor de los sacerdotes para que sean pastores santos y sabios del pueblo de Dios que les ha sido encomendado. Si esta oración no es escuchada, puede que los pecados personales y colectivos impidan que esta oración llegue a Dios (Lm 3,44), por ello debe espiritualmente ponerse junto a la Virgen María al pie del Calvario y suplicar al Padre que perdone todos nuestros pecados y ofrecer en reparación la sangre preciosa de su Hijo. Luego debe acompañar a la Virgen en el cenáculo para que el Espíritu Santo se derrame con profusión sobre los sacerdotes y todo el pueblo de Dios para que con ardor proclame con la palabra y la vida la Buena Nueva.

El carmelita descalzo seglar no sólo debe ofrecer sus tiempos de oración para tratar con el Señor las necesidades más urgentes de la Iglesia. Sino que está también llamado a ofrecer al Señor, la abnegación inherente a vivir evangélicamente la vida ordinaria, sea en la familia, en el trabajo, en la vida social o apostólica (cf. C 3,10), uniéndola a la sangre de Cristo, para que fecunde la acción apostólica de la misma Iglesia, ante todo por la santidad y sabiduría de sus ministros, por la expansión de la fe católica y la salvación de las almas. Esta forma de vivir la vida familiar, profesional y apostólica es sumamente fecunda en la Iglesia, ya que como dice san Juan de la Cruz «es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas» (CE 19,2).

Santa Teresa del Niño Jesús es un ejemplo viviente de este modo de interceder ante Dios. Ella estaba siempre espiritualmente al pie del calvario junto a María, para ofrecer «a las almas la sangre de Jesús, y a Jesús le ofrecía esas mismas almas refrescadas por su rocío Divino» (Ms A 46v). A este ofrecimiento al Padre de la sangre de Jesús, unirá sus pequeños sacrificios: «Sí, Amado mío, así es como se consumirá mi vida... No tengo otra forma de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada,  ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor...  […] Así arrojaré flores delante de tu trono -que habrán adquirido a tu toque divino un valor infinito-» (Ms B 4r-v).

Por voluntad de la Iglesia la Orden del Carmelo Descalzo Seglar depende jurídicamente de los frailes carmelitas descalzos (Cons. OCDS art. 41).  Por ello el reconocimiento de su identidad eclesial como carmelita descalzo seglar, le viene por medio de los Padres carmelitas descalzos. Por gratitud hacia ellos, por pertenecer a una misma familia donde se comparten unos mismos bienes espirituales, el carmelita seglar, -como la Santa Madre- debe dedicar una parte significativa de su oración intercesora para orar por la santidad y la fecundidad de la misión evangelizadora de los Padres carmelitas descalzos.

Santa Teresa del Niño Jesús, que por razones históricas nunca vio un solo carmelita descalzo en su convento de Lisieux, fiel al Espíritu Santo, la oración de intercesión por un excarmelita descalzo le ocupará toda su vida de carmelita, a pesar que no vea en él signos de conversión, nunca dejará de orar por él, por quien ofreció su última comunión. Le dirá a su hermana Celina: «No nos cansemos de orar. La confianza hace milagros, […] Y además, no son nuestros méritos, sino los de nuestro esposo, que son nuestros, los que ofrecemos a nuestro Padre del cielo, para que nuestro hermano, un hijo de la Santísima Virgen, vuelva, vencido, a arrojarse bajo el manto de la más misericordiosa de todas las madres...» (cta. 23.7.1891).

No nos cansemos nunca de orar del mejor modo posible por nuestros hermanos, los Padres carmelitas descalzos, el Señor se complace en ello, y no nos lo dejará de recompensar, progresando constantemente en la vida espiritual, ya que viviremos con toda radicalidad el carisma que nos ha dado.

                                                                         Maria del Pilar de la Igleisa OCDS

Siglas

C. Camino de Perfección; CC. Cuentas de Conciencia de santa Teresa de Jesús. CE. Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz. Ms. Manuscritos Autobiográficos de santa Teresa de Lisieux.

Notas

[1] Emanuele Boaga O. Carm “La oración en la vida de la Orden desde el paso a Europa hasta el siglo XVI” en Rafael Checa OCD (Coord) “La oración en el Carmelo, pasado, presente y futuro”, Actas del Congreso, México 2002, 13-19.

[2] Cf. Ismael Bengoechea, Teresa y las gentes, PP. Carmelitas Descalzos, Cádiz 1982, 158.

[4] Baldomero Jiménez Duque, “El sacerdote según Santa Teresa”, Revista de Espiritualidad 22 (1963) 813-833.

[5] Jesús Castellano, “Espiritualidad Teresiana” en Alberto Barrientos, Introducción a la lectura de santa Teresa, Ed. de Espiritualidad, Madrid 2002, 191.  

[6] Cf. José Salvador Conde, Epistolario de santa Catalina de Siena, Espíritu y Doctrina, Ed. San Esteban, Salamanca 1982, 143.

[7] Francisco de Ribera,  Vida de santa Teresa de Jesús, Gustavo Gili ed. Barcelona 31908, 184.

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