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 V Congreso Ibérico de la Orden Seglar - Ávila, 30 de julio 2016      

​

IDENTIDAD DEL CARMELITA DESCALZO SEGLAR EN EL SIGLO XXI

 

Fr. Alzinir Francisco Debastiani OCD

“Padre, no te pido que los saques del mundo,

sino que los preserves del Maligno” (Jn 17, 1.15)

 

Os agradezco por la amable invitación que me hicisteis a través del Presidente de la Junta Nacional de la Orden Seglar de España, para participar en este V Congreso Ibérico de la Orden Seglar de los Carmelitas Descalzos.

El tema elegido para este V Congreso es muy sugestivo: “Identidad y misión del carmelita Seglar; viviendo en el mundo en obsequio de Jesucristo”. Es un tema que nos pone delante del sentido si, de aquello que pensamos que somos y nos lleva a actuar de acuerdo con esta idea. Esto a nivel humano o religioso. 

La exhortación apostólica Chistifideles Laici (=ChL - 1988) de Juan Pablo II, nos ayuda a situar en el tema:

“Sólo dentro de la Iglesia como misterio de comunión se revela la «identidad» de los fieles laicos, su original dignidad. Y sólo dentro de esta dignidad se pueden definir su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo”(ChL 8).

A su vez la Ratio Institutionis OCDS, nos recuerda el importante papel de las Comunidades OCDS respecto a la identidad de sus miembros:

“Nuestras Comunidades tienen como meta específica fundamental un proceso permanente de entender la identidad del Carmelita en el mundo de hoy, y descubrir cuál es el necesario servicio de su identidad respecto a Dios, la Iglesia, la Orden y el mundo” (n. 3).

Por eso, creo que es importante que cada uno se pregunte a sí mismo: ¿Cuál es mi concepción de Carmelo seglar? ¿Cómo creo debería de ser un Carmelita seglar hoy? ¿Corresponderían estas concepciones con aquello que la Iglesia y la Orden nos dicen hoy acerca de la identidad del laico de la Orden Seglar?

A la luz de los documentos de la Iglesia y de la Orden, buscaré desarrollar y contesta las preguntas en 4 puntos principales:

                1. El fiel cristiano: su identidad en el misterio de la Iglesia;

2. Lo específico de la identidad del fiel cristiano laico en el Pueblo de Dios;

3. La identidad de la OCDS;

4. Para vivir la pertenencia al Carmelo “desde una clara identidad laical” (Const. OCDS 2) “respecto a Dios, la Iglesia, la Orden y el mundo” (Ratio n. 3).

 

1. El fiel cristiano: su identidad en el misterio de la Iglesia

El Diccionario de la Real Academia Española define identidad (del lat. tardío identÄ­tas, ‘el mismo', 'lo mismo') en 4 rasgos diversos y complementarios:

1. f. Cualidad de idéntico.

2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.

3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás. 4. f. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca”[1].

La identidad de una persona es un rasgo característico de su yo, el cual advierte una igualdad y continuidad interior en el tiempo, en su propia conciencia; esta percepción de sí mismo y el conocer que los otros la reconocen, es condición para la salud psíquica. En lo que dice respecto al grupo, el aspecto sociológico, son los rasgos propios del grupo que lo caracteriza y lo hace distinto de los demás grupos.

Aquí nos interesa mirar la identidad del fiel cristiano laico desde el punto de vista de la fe cristiana, el teológico. Este presupone la visión antropológica cristiana, basada en las Escrituras Sagradas y en el Magisterio de la Iglesia y de la Orden. En estos documentos se valoriza el personal en unión con el comunitario y el teológico, como viene bien sintetizado en el documento Comunión y servicio, la persona humana creada a imagen de Dios, emitido por la Comisión Teológica Internacional en el año 2004:

“Cuando se habla de la persona, nos estamos refiriendo tanto a la identidad e interioridad irreductible que constituyen a cada individuo, como a la relación fundamental con los otros que está en el cimiento de la comunidad humana. En el planteamiento cristiano, esta identidad personal, que es también una orientación hacia el otro, se fundamenta esencialmente en la Trinidad de las Personas divinas. Dios no es un ser solitario, sino una comunión entre tres Personas”[2].   

De esta realidad personal vuelta a la comunión con Dios Trinidad y con los otros nace la oración y la comunidad cristiana. Es lo que vemos en Jesucristo, el cual vive la oración como intimidad con el Padre y la enseña a los discípulos, los cuáles llama “para que estuvieran con él”. Después los enviará a predicar la Buena Noticia del Reino (cf. Mc 3,15-19), diciéndonos con esto que la Iglesia existe para ser testimonio del Reino,  para llevar la Buena Noticia a los demás, a través de los muchos carismas y ministerios suscitados por el Espíritu Santo para este fin.

Por eso, cuando hablamos del misterio de la Iglesia, hablamos del “amor y la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como el don absolutamente gratuito que se ofrece a cuantos han nacido del agua y del Espíritu (cf. Jn 3, 5), llamados a revivir la misma comunión de Dios y a manifestarla y comunicarla en la historia (misión)” (ChL 8).

A lo largo de la historia de la Iglesia, la comprensión del estado de vida laical sufrió muchos cambios. Recordamos la evolución del concepto del laico que nos fue presentada por el P. Saverio en el IV Congreso: de su significado como miembro del pueblo de Dios o simplemente cristiano en los primeros siglos, para - a partir del IV-V siglos -, pasar al significado de no clérigo, creando una visión jerárquica y cada vez más piramidal en la Iglesia, donde los laicos eran apenas oyentes pasivos[3].

Tendremos que esperar hasta el siglo XX el movimiento anterior al Concilio Vaticano II para tener un rescate del sentido original de laico como fiel cristiano co-responsable en la misión de la iglesia. Será el mismo Concilio Vaticano II quien pondrá todos los estados de vida de la Iglesia dentro de la categoría de Pueblo de Dios, donde todos, desde la gracia de los sacramentos, son llamados a participar activamente en su vida y misión. Y lo hará en la constitución dogmática Lumen Gentium (= LG) y en el Decreto Apostolican actuositatem (=AA), los cuales tratan del misterio de la Iglesia y del apostolado de los laicos. La LG por “primera vez en la historia” pone en relieve la categoría del fiel cristiano laico en un capítulo aparte”[4].

Para una correcta lectura de la identidad del fiel cristiano laico en el misterio de la Iglesia es necesario tener presente el esquema de la LG: el Capítulo I y II de la Lumen Gentium son dedicados al Misterio de la Iglesia y del Pueblo de Dios.  A seguir aparecen los 3 estados de vida: cap. III la Jerarquía; cap. IV los Laicos; cap. V, la llamada universal a la santidad y el cap. VI los Religiosos (Cap. VII Índole escatológica de la Iglesia y cap. VIII, la Virgen María). Con esta opción, el Concilio quiso poner en relieve la universalidad de cada una de las vocaciones en la unidad del Pueblo de Dios. Todos los bautizados reciben una misma llamada a buscar la santidad (cf LG 40-41). Al mismo tiempo “… cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumentan a causa de todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad” (LG 13), en “igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32). Los 3 estados de vida – clérigos, laicos y religiosos - son complementarios (cf. LG 13; ChL 20; VC 16; 29) y fundan su dignidad en la consagración bautismal y crismal, común a todos ellos (cf. LG 11. 32).

Una buena síntesis de esta doctrina del Vaticano II fue presentada en el documento Vita Consecrata (=VC) del 1996:

“Todos los fieles, en virtud de su regeneración en Cristo, participan de una dignidad común; todos son llamados a la santidad; todos cooperan a la edificación del único Cuerpo de Cristo, cada uno según su propia vocación y el don recibido del Espíritu (cf. Rm 12, 38). La igual dignidad de todos los miembros de la Iglesia es obra del Espíritu; está fundada en el Bautismo y la Confirmación y corroborada por la Eucaristía. Sin embargo, también es obra del Espíritu la variedad de formas. Él constituye la Iglesia como una comunión orgánica en la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios.

Las vocaciones a la vida laical, al ministerio ordenado y a la vida consagrada se pueden considerar paradigmáticas, dado que todas las vocaciones particulares, bajo uno u otro aspecto, se refieren o se reconducen a ellas, consideradas separadamente o en conjunto, según la riqueza del don de Dios. Además, están al servicio unas de otras para el crecimiento del Cuerpo de Cristo en la historia y para su misión en el mundo” (VC 31).

Por lo tanto hoy se ve – por lo menos en la doctrina oficial de la Iglesia - la comunión y la complementariedad de las vocaciones del clérigo, religioso y laico en vista de la misión. El fiel cristiano, sea él laico, clérigo o religioso, tiene su identidad fundada en su ser en Cristo y pertenecer a Cristo por el Bautismo (cf Gál 6,15; I Cor 5,17)[5]. Y en la Iglesia todos son responsables por su misión, como bien nos recuerda papa Francisco en la Evangelii Gaudium (=EG): “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar”, pues todos somos “discípulos misioneros” (119; cf. 111-121).

Podemos pasar así a buscar los rasgos propios de la identidad de los fieles cristianos laicos y que les caracterizan frente a los demás. 

 

2. Lo especifico de la identidad del fiel cristiano laico en el Pueblo de Dios

El fiel cristiano por el Bautismo recibe en su vida una radical novedad en “tres aspectos fundamentales: el Bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios; nos une a Jesucristo y a su Cuerpo que es la Iglesia; nos unge en el Espíritu Santo constituyéndonos en templos espirituales” (ChL 10; cf. 10-13). Es decir, el que fue bautizado fue consagrado a Dios, hizo una opción consciente de vivir su fe en Cristo y seguirle, con un estilo de vida según el Evangelio que determina sus elecciones cotidianas; es una nueva criatura incorporada en Cristo (cf. LG 15.31.32.11). El Bautismo capacita a actuar en la persona de Cristo en la realidad bajo la acción del Espíritu Santo, del cual fueron hechos templos vivos y santos (LG 10)[6] y participantes de los oficios sacerdotal, profético y real de Cristo (cf LG 10; ChL 14). A través de ellos Jesús manifestó su dignidad poniendo su persona humano-divina a servicio de la voluntad del Padre y estuvo entre nosotros “como el que sirve” (Lc 22,27). Y lo demostró hasta el final al lavar los pies de los discípulos en la última Cena, prefigurando su muerte en la cruz para rescatar los hijos de Dios dispersos (Cf. Jn 12, 52; 13,12-16).  

El fiel cristiano laico, participando en los 3 oficios de Cristo testimonia su dignidad de ser siervo del Señor[7]. Torna presente en la historia el amor del Padre que quiere la salvación de todos los hombres y mujeres. En cuánto bautizado y en fuerza de estos 3 oficios actúa en la persona de Cristo con el fin de consagrar el mundo a través de su presencia y servicio de salvación del mundo. Veamos qué significa esto más de cerca, siguiendo el n. 14 de la ChL.

Por medio del oficio sacerdotal (cf LG 34) los fieles laicos están unidos al sacrificio de Cristo “en el ofrecimiento de sí mismos y de todas sus actividades (cf. Rm 12, 1-2). Dice el Concilio hablando de los fieles laicos: «Todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso espiritual y corporal, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 P 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del Cuerpo del Señor. De este modo también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran a Dios el mundo mismo» (LG 34).

La participación en el oficio profético de Cristo, «que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra» (LG 35), habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía. Unidos a Cristo, el «gran Profeta» (Lc 7, 16), y constituidos en el Espíritu «testigos» de Cristo Resucitado, los fieles laicos son hechos partícipes tanto del sobrenatural sentido de fe de la Iglesia, que «no puede equivocarse cuando cree» (LG 12), cuanto de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19, 10). Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su vida cotidiana, familiar y social, como a expresar, con paciencia y valentía, en medio de las contradicciones de la época presente, su esperanza en la gloria «también a través de las estructuras de la vida secular» (LG 35).

Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los fieles laicos participan en su oficio real y son llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia. Viven la realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado (cf. Rm 6, 12); y después en la propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños (cf. Mt 25, 40).

La participación de los fieles laicos en el triple oficio de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey tiene su raíz primera en la unción del Bautismo, su desarrollo en la Confirmación, y su cumplimiento y dinámica sustentación en la Eucaristía. Se trata de una participación donada a cada uno de los fieles laicos individualmente; pero les es dada en cuanto que forman parte del único Cuerpo del Señor. … Precisamente porque deriva de la comunión eclesial, la participación de los fieles laicos en el triple oficio de Cristo exige ser vivida y actuada en la comunión y para acrecentar esta comunión” (ChL 14).

Todo esto significa que en la vocación de cristiano laico en el mundo hace presente el mensaje de Cristo allí donde se encuentre. Es lo que llamamos índole secular. Entendida en su sentido teológico (cf. ChL 15), es la “modalidad” propia, “lugar” del ejercicio de la vocación-misión del laico cristiano mediante el sacerdocio común recibido con el Bautismo: a “los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”. Esto significa que el “carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales”[8].

Es decir, la misión del fiel cristiano laico es hacer presente en medio del mundo – en la índole secular - la relación amorosa que existe en el Misterio trinitario; es ser señal de la novedad cristiana de las Bienaventuranzas en medio de la realidad conflictiva y llena de pobrezas del mundo, donándole un sentido transcendente, especialmente “en aquellos lugares y circunstancias en los que sólo a través de los laicos puede llegar a ser la sal de la tierra” (LG 33). Es más: lleva al mundo el plano divino de sanarlo con el mensaje de Cristo, meta de la historia y de toda la humanidad (Cf. LG 9). En este sentido, la misión de los laicos cristianos es ser “el rostro simbólico de la Iglesia a lo exterior de sí misma”[9].

Consecuentemente, el mundo - la realidad secular -, como lugar de santificación de fiel cristiano laico, pide que evite de caer en las tentaciones de reducir sus tareas al campo intra-eclesial, dejando de lado “sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político; y la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas” (ChL 2; cf. 16-17). “Para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo” (ChL 17).

Concluimos esta parte con la síntesis del Compendio de la doctrina social de la Iglesia (2004):

“La identidad del fiel laico nace y se alimenta de los sacramentos: del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía... El fiel laico es discípulo de Cristo a partir de los sacramentos y en virtud de ellos, es decir, en virtud de todo lo que Dios ha obrado en él imprimiéndole la imagen misma de su Hijo, Jesucristo. De este don divino de gracia, y no de concesiones humanas, nace el triple « munus » (don y tarea), que cualifica al laico como profeta, sacerdote y rey, según su índole secular” (n. 542).

Como estímulo tenemos el “modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica en la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador” (AA 4); lo mismo podríamos decir de san José.

Pasamos ahora a mirar la doctrina de la Iglesia acerca de los fieles cristianos laicos aplicada a la Orden Seglar del Carmelo Descalzo.

 

3. La identidad de la OCDS

 Así como en la Iglesia los 3 estados de vida de los bautizados-crismados son complementarios y fundan su dignidad de miembro responsable por la vida y la misión de la Iglesia, análogamente podemos decir de la vocación al Carmelo teresiano, cuyo núcleo está formado por los Frailes, las Monjas y los Seglares. La vocación de cada uno en las distintas ramas de la Orden es única y posee la misma dignidad sea él o ella Carmelita seglar, monja Carmelita Descalza o Fraile OCD. Todos son miembros de la misma Orden con su específica vocación y misión en complementariedad. Las afirmaciones de las Constituciones de la OCDS respecto a eso son claras:

“La gran familia del Carmelo Teresiano está presente en el mundo de muchas formas. Su núcleo es la Orden de los Carmelitas Descalzos, formada por los frailes, las monjas de clausura y los seglares.  Es una sola Orden con el mismo carisma (Constituciones, Proemio).

Los Carmelitas Seglares, junto con los Frailes y las Monjas, son hijos e hijas de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo y de Santa Teresa de Jesús.  Por lo tanto, comparten con los religiosos el mismo carisma, viviéndolo cada uno según su propio estado de vida.  Es una sola familia con los mismos bienes espirituales, la misma vocación a la santidad (cf. Ef 1,4; 1 Pedro 1,15) y la misma misión apostólica.  Los Seglares aportan a la Orden la riqueza propia de su secularidad[10]” (Const. OCDS 1).

“La Orden Seglar de nuestra Señora del Monte Carmelo y Santa Teresa de Jesús es una asociación de fieles y una parte integrante de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Es esencialmente laical en su carácter, aunque puede contar con la participación del clero diocesano[11]” (Const. 37).

Desde el punto de vista jurídico, la Orden Seglar es una asociación pública e internacional de fieles[12] (=puede hablar y actuar en nombre de la Iglesia). Según el canon 312 del Código de Derecho Canónico del 1983 (=CDC), solo la santa Sede puede establecer tales asociaciones. En el caso del Carmelo Descalzo, el privilegio fue concedido al General de la Orden o a su Vicario por el Papa Clemente VIII en dos documentos Papales, Cum Dudum, de 23 del marzo 1594 y Romanum Pontificem, del 20 de agosto de 1603.

Aplicando los principios del actual CDC que rigen las asociaciones públicas de fieles a la Orden seglar, tenemos los siguientes elementos constitutivos[13]:

  •  El compromiso por la perfección cristiana según la espiritualidad del Carmelo teresiano;

  •  La laicidad (en el mundo y con los medios propios del fiel cristiano laico – la índole secular (cf.  LG 31; ChL 15);

  •  La participación en la espiritualidad y el carisma del Carmelo Teresiano, bajo la dirección del Padre general (cf Const. OCDS 41), como rama laical de la misma.

  •  la participación en la actividad apostólica de la Iglesia y de la Orden, derecho y deber de todo fiel por su unión, mediante el bautismo y la crisma, con Cristo Cabeza y por ello mismo hecho partícipe de toda su función salvadora (AA 3).

Es importante añadir aquí una palabra acerca de la autonomía de la OCDS[14]. Es consecuencia del reconocimiento de la igual dignidad entre todos los bautizados. Jurídicamente depende de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Pero goza de una autonomía para vivir y llevar adelante su propia vida, formación y misión de acuerdo con las Constituciones. Hoy si requiere de la OCDS más responsabilidad en los rumbos propios, en colaboración con las demás ramas de la Orden.

 

Así, situados en el misterio de la Iglesia como asociación pública internacional de fieles, pasemos al último punto de nuestra reflexión.

 

4. Para vivir la pertenencia al Carmelo “desde una clara identidad laical” (Const. OCDS 2) “respecto a Dios, la Iglesia, la Orden y el mundo” (Ratio, n. 3).

¿Cuáles son las conclusiones que podríamos sacar ahora y profundizar la comprensión de la identidad del cristiano laico Carmelita descalzo seglar?

El P. General, en una entrevista después de su reelección el año pasado (7 mayo 2015), hablaba de la necesidad del Carmelo Seglar de descubrir su especificidad. Decía:

“Ser miembros de la Orden seglar tiene implicaciones bastante diferentes según las regiones y las culturas. Creo, sin embargo, que en todas se plantea el desafío de asumir con seriedad las responsabilidades propias como laicos miembros de la familia del Carmelo. Es preciso que los laicos encuentren su modo propio y específico de vivir las distintas dimensiones del carisma carmelitano, que obviamente es diferente del modo en que lo vive una comunidad de frailes o monjas”[15].

La identidad de un carisma de una familia religiosa tiene un núcleo esencial, mas también posee carácter dinámico[16]. Por eso cada época necesita hacer el proceso de actualización y de encarnación al tiempo en el cual vive, siendo significativo para las personas de un determinado tiempo y espacio. En este sentido podemos entender lo que dijo el P. General, acerca de vuestra tarea de hallar “su modo propio y específico de vivir las distintas dimensiones del carisma carmelitano”.

Las Constituciones OCDS hablan en el cap. I de la identidad de la OCDS; en el contexto de la formación vuelve a hablar en el n. 35, diciendo cómo crecer en ella. Creo que es un tema fundamental, pues cuando tengo claro lo que soy, sin confusión de mi identidad personal y vocacional-espiritual, entonces el vivir y actuar eficazmente proceden de esta “clara identidad” vocacional. Esto es condición para vivir en medio de un mundo cada vez más pluralista y desafiante. Además, “el actuar sigue el ser”, como dice un antiguo refrán latino (agere sequitur esse).

 

Recojamos entonces, a modo de conclusión y según aquello que entiendo, - sin pretensión de agotar el tema -, algunos elementos descriptivos de la identidad del Carmelita seglar.

a) Ante todo, el compartir con los religiosos/as el mismo carisma en el estado de vida laical (n. 1). Es el aspecto de comunión en el carisma teresiano por medio de una vida orante.

Lo que tenemos en común, las 3 ramas de la Orden, es la búsqueda orante de Dios, el bien de la oración, vivida personalmente, pero con el soporte de una Comunidad. Todo eso al servicio de la Iglesia.

Volviendo a la Conferencia del P. Saverio en el IV Congreso Ibérico (29 abril 2012), él decía que “la primera y principal manifestación del carisma teresiano es la de vivir en compañía de Jesús… en un ejercicio de fe, de vida teologal, que solo es posible cuando se nutre constantemente de la oración, entendida como dialogo amistoso con el Señor, y se alimenta con la escucha de la Palabra de Dios”[17]. Esto, no lo olvidemos, en un contexto de seguimiento de Cristo, de atención a Él, a la comunidad, a la Iglesia, en una vida que no nos cierra en nosotros mismos y sí que “nos impulsa hacia el otro con una sensibilidad y una generosidad nueva” (id.). Todo el cap. III de las Constituciones habla de esta dimensión orante.

b) Un segundo elemento de la identidad del Seglar que llamo la atención es el de la participación de los mismos bienes espirituales y vocación a la santidad.

Tales bienes espirituales de la Orden aparecen sintetizados en el n. 9 de las Constituciones OCDS, los cuales tienen en cuenta la Regla de Santo Alberto y la doctrina teresiana, que es la misma para las tres ramas de la Orden. En líneas generales son los mismos principios adaptados a la vida laical que están en las Constituciones de los Frailes (cap. I, esp. n. 15) y en aquellas de las Monjas (1991). Son elementos primordiales que se desarrollan a lo largo de todas las Constituciones, y deberán ser vividos con coherencia. Estos principios llevan seguro a la santidad a la cual está llamado cada uno de los Bautizados.

c) Un tercer elemento de la identidad del Seglar es su especificidad en los aspectos cristológicos, mariológicos, eliánicos, teresianos y sanjuanistas. Yo agregaría el elemento Josefino, una vez que San José ha entrado oficialmente desde el año de 2014 en las Constituciones (cf. n. 31ª). Es el elemento que viene descrito en el n. 3 de las Constituciones: “vivir en obsequio de Jesucristo”[18] a través de “la amistad con Quien sabemos nos ama”[19] , sirviendo a la Iglesia. Bajo la protección de Nuestra Señora del Monte Carmelo, según la inspiración de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y la tradición bíblica del profeta Elías buscan profundizar el compromiso cristiano recibido en el bautismo”. Hagamos un resumen de cada uno de estos aspectos o dimensiones:

- La dimensión cristológica: Es seguir a Cristo, aceptando sus enseñanzas y entregándose a su Persona en amistad de vida que lleva a la misión. Este seguimiento se expresa “a través de la promesa de tender a la perfección evangélica en el espíritu de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia y de las Bienaventuranzas” (Const. 11); son siempre medios que llevan a una mayor libertad de si mismo para ponerse a servicio, como Jesús;

- la dimensión mariana y josefina: “María es para el Seglar un modelo de entrega total al Reino de Dios.  Ella nos enseña a escuchar la Palabra de Dios en la Escritura y en la vida, a creer en ella en todas las circunstancias para vivir sus exigencias. Y esto, sin entender muchas cosas; guardando todo en el corazón (Lc 2,19.50-51) hasta que llega la luz, con una oración contemplativa” (Const. 29); San José es modelo de oración, de padre y de esposo fiel y trabajador (cf. Const. 31ª).

- La inspiración del profeta Elías: “es el inspirador para vivir en la presencia de Dios, buscándolo en la soledad y el silencio con celo por la gloria Dios. El Seglar vive la dimensión profética de la vida cristiana y de la espiritualidad carmelitana promoviendo la ley de Dios de amor y de verdad en el mundo y especialmente haciéndose voz de aquellos que no pueden por sí mismos expresar este amor y esta verdad[20]” (Const. 5).

- El carisma de la Santa madre Teresa de Jesús: “Ella vivió una profunda fe en la misericordia de Dios[21], que la fortaleció para perseverar[22] en la oración, humildad, amor fraterno y amor por la Iglesia, que la condujo a la gracia del matrimonio espiritual. Su abnegación evangélica, su disposición al servicio y su constancia en la práctica de las virtudes son una guía diaria para vivir la vida espiritual[23]. Sus enseñanzas sobre la oración y la vida espiritual son esenciales para la formación y la vida de la Orden Seglar” (Const. 7).

- La inspiración de San Juan de la Cruz: “Él inspira al Seglar a ser vigilante en la práctica de la fe, de la esperanza y del amor. Lo guía a través de la noche oscura a la unión con Dios. En esta unión con Dios, el Seglar encuentra la verdadera libertad de los hijos de Dios[24]” (Const. 8).

d) El cuarto elemento es el comunitario. Aspecto esencial para la santa Madre y que le impulsó a la reforma y fundación del Monasterio de San José con un número reducido de personas. Para mí un texto fundamental de ella es el de Vida 16,7, que puede muy bien ser uno de los textos que más inspiran a la Orden Seglar en el ámbito comunitario. Escuchemos a la Santa:

“Este concierto querría hiciésemos los cinco[25] que al presente nos amamos en Cristo, que como otros en estos tiempos se juntaban en secreto para contra su Majestad y ordenar maldades y herejías, procurásemos juntarnos aLGuna vez para desengañar unos a otros, y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios; que no hay quien tan bien se conozca así como conocen los que nos miran, si es con amor y cuidado de aprovecharnos”.

Además, el cap. 3 B – sobre La Comunión fraterna, insertado en el 2014 en las Constituciones, ha puesto en relieve la necesidad que tienen los que comparten la misma vocación, de juntarse para ayudarse mutuamente a contentar más a Dios.

e) El quinto elemento es el de la formación. Es la tarea principal del Consejo de la Comunidad. Considero clave este texto de la ChL: “El hombre es interpelado en su libertad por la llamada de Dios a crecer, a madurar, a dar fruto. No puede dejar de responder; no puede dejar de asumir su personal responsabilidad” (n. 57); y esto en los aspectos humano, doctrinal y espiritual-carmelitano.

En las respuestas al cuestionario para el Capitulo General 2015, fue un tema muy remarcado por las Provincias; en la carta del P. General al Carmelo Seglar en la Pascua de este año él impulsó este aspecto, llamando a los Consejos locales a ejercitar bien esta su primera función.

La formación aparece en el Cap. VI de las Constituciones y en la Ratio Institutionis OCDS (2009). Ellas van completadas por los programas formativos de las Provincias.

Para el tema del crecimiento o profundización de la identidad en el Carmelo seglar, es clave el n. 35 de las Constituciones:

“La identidad carmelitana es confirmada por medio de la formación en la Escritura y en la lectio divina, en la importancia de la liturgia de la Iglesia, especialmente de la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas y en la espiritualidad del Carmelo, su historia, las obras de los santos de la Orden y la formación en la oración y meditación.”

De aquí que, después de la admisión, promesas temporales y definitivas, la tarea de la formación sigue hasta el fin de la vida. Este número 35 de las Constituciones, junto con el n. 3 y el 15 de la Ratio Institutionis OCDS, contienen los aspectos fundamentales a conocer y estudiar para ayudar a vivir la espiritualidad del Carmelo teresiano y profundizar la identidad del OCDS; son puntos que deben de constar en los programas formativos de las Provincias y Comunidades, los cuales han de ser actualizados de tiempos en tiempos, adaptándolos a las nuevas generaciones.

f) En fin, el sexto elemento es el de la Misión. Es desarrollado en el Cap. IV de las Constituciones. Es un tema que recibió su fuerza en la Orden Seglar con las Constituciones del 2003 y a partir del sínodo sobre los laicos (1987) y sobre la Vida Consagrada con la Exhortación apostólica Vita Consecrata, sobretodo en los nn. 54-55 que exhorta los laicos a participar en la misión de las familias religiosas. El mismo n. 35 de las Constituciones habla de la necesidad de formación para la misión:

La formación para el apostolado se basa en la teología de la Iglesia sobre la responsabilidad de los laicos[26], y la comprensión del papel de los seglares en el apostolado de la Orden ayuda a darse cuenta del lugar que tiene la Orden Seglar en la Iglesia y en el Carmelo y ofrece una forma práctica para compartir las gracias recibidas por la vocación a él.”

Por otra parte, las mismas Constituciones definen el papel de los Consejos Provinciales: ayudarse mutuamente en la formación y la misión (Cf. Const. OCDS 57), bien como organizar Congresos para eso (Const. OCDS 60).

Concluyendo podemos decir que el miembro de la Orden Seglar del Carmelo Descalzo busca, por vocación, vivir el compromiso cristiano por la perfección evangélica en Comunidad y en el mundo; es sostenido por la espiritualidad del Carmelo teresiano y forma parte de la Orden junto con los religiosos, desde su condición de cristiano laico. Como tal es llamado a tomar parte activamente en la misión de la Iglesia y de la Orden.

Muchas gracias.

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Roma, 19 de julio de 2016 – María Madre de la Divina Gracia

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NOTAS

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[1] http://dle.rae.es/?id=KtmKMfe.

[2] Comisión Teológica Internacional, Comunión y servicio: la persona humana creada a imagen de Dios. 2004, n. 41.  El párrafo sigue: “Dios no es un ser solitario, sino una comunión entre tres Personas. Constituido por la única naturaleza divina, la identidad del Padre es su paternidad, su relación con el Hijo y con el Espíritu; la identidad del Hijo es su relación con el Padre y con el Espíritu; la identidad del Espíritu es su relación con el Padre y con el Hijo. La revelación cristiana ha llevado a articular el concepto de persona y le ha atribuido un significado divino, cristológico y trinitario. Ninguna persona en cuanto tal está sola en el universo, sino que siempre está constituida con los otros y está llamada a formar con ellos una comunidad”. Cf. Benedicto XVI, Caritas in veritate 19.53.

[3] Cf. Acta Ordinis 2012, p. 100. Atti del P: N. Preposito Generale, 29 aprile 2012.

[4] G. Philips, La Chiesa e il suo mistero; storia, testo e commento della costituzione Lumen Gentium. (Milano: Jaka book 1975) p. 341.

[5] Esta teología y antropología de la LG aparece sintetizada en el can. 204 §1 del Códice de derecho Canónico, donde comienza el libro sobre le Pueblo de Dios. “Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios, y hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo”. Benedicto XVI, Homilía sábado santo 2008: “En el bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto a otro o uno contra otro. Él atraviesa todas estas puertas. Esta es la realidad del bautismo: él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad; sí, sois uno con él y de este modo sois uno entre vosotros. En un primer momento esto puede parecer muy teórico y poco realista. Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más podréis experimentar la verdad de estas palabras. En realidad, las personas bautizadas y creyentes nunca son extrañas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también distancias históricas. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestra vida es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo; la lejanía ha sido superada, pues estamos unidos en el Señor (cf. Ef 2, 13)”.

[6] ChL 13: “El Espíritu Santo «unge» al bautizado, le imprime su sello indeleble (cf. 2 Co 1, 21-22), y lo constituye en templo espiritual; es decir, le llena de la santa presencia de Dios gracias a la unión y conformación con Cristo.

Con esta «unción» espiritual, el cristiano puede, a su modo, repetir las palabras de Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, y a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2). De esta manera, mediante la efusión bautismal y crismal, el bautizado participa en la misma misión de Jesús el Cristo, el Mesías Salvador”.

[7] Las Constituciones OCDS hablan de la participación en los oficios de Cristo en el Proemio: “El seguimiento de Cristo es el camino para llegar a la perfección que el bautismo ha abierto a todo cristiano. Por él se participa de la triple misión de Jesús: real, sacerdotal y profética. La primera lo compromete en la transformación del mundo, según el proyecto de Dios. Por la segunda, se ofrece y ofrece toda la creación al Padre con Cristo y guiado por el Espíritu. Como profeta anuncia el plan de Dios sobre la humanidad y denuncia todo lo que se opone a él[7]”.

[8] En las palabras de la LG: a “los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor” (LG 31).

[9] Giacomo Canobbio, Laici dopo il Vaticano II, en Il Regno- documenti 13 (2011) 426.

[10] LG 31; ChL  9.

[11] CIC 298,301.

[12] Cf. Teodoro B. Ruiz, Las asociaciones de fieles, en, Derecho canónico I; el derecho del pueblo de Dios. BAC, Madrid 2006. p. 312. 315. Según este autor una asociación pública “… además de surgir de la voluntad libre de los fieles… ha sido constituida y erigida por la autoridad eclesiástica competente a la que se adhiere de modo peculiar; queda constituida en persona jurídica en virtud del mismo decreto que la erige y recibe la misión para actuar los fines que se propone conseguir en nombre de la Iglesia, mirando al bien público, al mismo tiempo que se rige a norma de sus estatutos bajo la alta dirección de la jerarquía”. El CDC define así las Órdenes Terceras o Seglares: "Se llaman Órdenes Terceras, o con otro nombre parecido, aquellas asociaciones cuyos miembros, viviendo en el mundo y participando del espíritu de un Instituto religioso, se dedican al apostolado y buscan la perfección cristiana bajo la alta dirección del mismo Instituto" (CDC can. 303). Los documentos recientes de la Iglesia que mencionan esta pertenencia de las Ordenes seglares o Terceras son la ChL 29 y la VC (n. 54-55).

[13] Cf. P. Pedro Zubieta, Orden seglar del Carmelo Teresiano; Regla, Constituciones y comentario. Roma 2003, pp 47-48; cf. Can. 298-320.

[14] En cuanto miembro de la Iglesia católica, el can. 227 garante esta autonomía en la sociedad civil y en la Iglesia, dentro de la moral y de la fe católica. Respecto a la Orden, es importante lo que dice la Introducción al doc. Asistencia pastoral a la Orden seglar: “Dentro de los límites de la relación entre los frailes y los seglares, éstos tienen por supuesto su autonomía. En la Orden del Carmelo Descalzo, esta autonomía se ha expresado siempre en las distintas reglas que existieron antes del Manual de 1921, en dicho Manual, en la Regla de Vida en 1979, y en la legislación actual de las Constituciones. La autonomía trata sobre las materias de formación, dirección y gobierno. Hay extremos que pueden deformar la autonomía dada a la Orden Seglar: independencia excesiva o dependencia excesiva por parte de los seglares; y por parte de los frailes: o la falta de interés o un deseo de control. En estos extremos hay una imposibilidad de colaboración bajo la dirección de los superiores legítimos de la Orden como está delineado en las Constituciones. Hay dificultad también, para formar a los miembros laicos de la Orden con la madurez y responsabilidad que la Iglesia y la Orden desean. La Orden Seglar por consiguiente continuará atrapada en un modelo que no le servirá para presentarse adulta y capaz de representar al mundo la espiritualidad del Carmelo”. “Las Constituciones por las que se rigen las comunidades seglares les otorgan una autonomía legítima y específica” (Ratio 19).

 

[15] http://carmelitasdescalzos.com/ampliar-noticia/entrevista-con-el-p--saverio-cannistr-e0#.V4Xzorh9670. Recuerdo que en muchas de las respuestas de las Provincias al cuestionario enviado en preparación al Capitulo General (septiembre 2014), se pedía a los frailes no entender o tratar los Seglares como iguales…

[16] Mutuae relationes 11: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne”.

[17] Acta Ordinis 2012, p. 105. Atti del P. N. Prepósito Generale, 29 aprile 2012.

[18] Regla 2.

[19] Santa Teresa de Jesús, Vida 8,5.

[20] Cf. 1 Re cc.17-19.

[21] Vida 7,18; 38,16.

[22] Camino de Perfección, 21,2.

[23] Moradas V 3,11; VII 4,6.

[24] Cf. Dichos 46; Llama 3, 78; Subida II, 6; 29,6.  Oración de la Misa votiva de S. Juan de la Cruz.

[25] El P. Silverio opina que estos cinco, a quienes hace referencia el texto, podrían ser: el maestro Daza, Francisco de Salcedo, D.ª Guiomar de Ulloa y el P. García de Toledo o el P. Pedro Ibáñez. Si la madre Teresa escribe en 1565 –como es cierto–, parece que podrían ser: Daza, Salcedo, Domingo Báñez y García de Toledo. Esto parece más lógico, en el contexto del desarrollo de la vida de la madre Teresa en esos años.

[26] AA 28-29.

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