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VIDA DE LOS SEGLARES CARMELITAS DESCALZOS

A veces nos preguntan a los seglares carmelitas descalzos cómo logramos conciliar la expresión de nuestro carisma y espiritualidad carmelitano-teresianos, con nuestra vida familiar, laboral, recreativa, cultural, social, … con nuestra vida en el mundo, en suma; y especialmente en estos “tiempos recios”, en que se necesita en Occidente incluso una “Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”, para estudiar lo cual se ha convocado un Sínodo por el Santo Padre. Dicha conciliación entre nuestra vocación y nuestra vida como laicos en nuestras distintas realidades, puede parecer de enorme dificultad,  e indudablemente es la “piedra de toque” que sostiene nuestra razón de ser o la realización de nuestra misión en la Orden y en la Iglesia. En el fondo, no deja de ser una pregunta sobre la función que pueda tener a estas alturas una “Orden Tercera”, la rama seglar de una Orden.

          Pero, aún siendo dicha integración un reto, y a pesar de cierto y lógico grado de dificultad -todo lo verdaderamente bello e importante cuesta realizarlo u obtenerlo-, si se va a analizar, no es tan extremadamente difícil como parece, y desde luego no es imposible.

          Ahora bien, indudablemente, es preciso cumplir unas premisas inexcusables de identidad que deben reunir previamente los seglares carmelitas descalzos, antes de plantearse siquiera o cuestionarse una traducción o traslación en la acción, en el exterior, en la conducta, en la misión: ha de partirse previamente de una verdadera vivencia evangélica, desde nuestro particular carisma, espiritualidad, vocación, que compartimos con las otras ramas de la Orden; un verdadero “beber de las fuentes” de las Sagradas Escrituras, y de las vidas y obras de los santos y doctores de la Orden que nos precedieron; un saber de “aquellos padres de dónde venimos”; un auténtico y fiel compromiso con un estilo de vida definido por nuestra Regla, Constituciones y Estatutos; un vivir “en obsequio de Jesucristo”; una meditación constante en la Ley del Señor; un verdadero espíritu de oración como “trato de amistad con Quien sabemos nos ama”, y de amor e imitación de Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María, de Quién nos sentimos compañeros y hermanos; un sabernos amigos y discípulos de Jesucristo; un amor y contemplación de la Humanidad de Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, nuestro Señor, Maestro y Salvador; un amor a la Orden y a nuestros hermanos; la vivencia de un espíritu teresiano de hermandad y recreación; del espíritu de los consejos evangélicos y la bienaventuranzas; un afán de crecimiento en las virtudes, especialmente las teologales; la práctica de la “abnegación evangélica”... Partiendo de una verdadera encarnación en nuestras vidas de ese espíritu carmelitano-teresiano, de una asunción auténtica y sincera de ese estilo de vida, la consecuencia inevitable es la traducción en un testimonio y proyección creativo de todo ello en el mundo, en nuestros entornos, en las labores que nos corresponden en nuestras familias, trabajos, amistades, grupos sociales y culturales, labores y servicios en la Orden y en la Iglesia…

          Si ya reunimos todo eso en nuestro ser, en nuestras personas y nuestras vidas; si cumplimos con esas condiciones, y nos guía, con una “determinada determinación” un afán de formación, vivencia y crecimiento continuos en todos esos rasgos que conforman nuestra identidad, es indudable que somos o seremos carmelitas descalzos que enriqueceremos a la Orden con nuestra secularidad, con nuestro conocer y llegar a tantos y tantos ámbitos humanos, sociales y eclesiales como tipos de personas somos: hombres o mujeres; mayores, medianos, jóvenes; solteros, casados, viudos …; con hijos y sin hijos; sanos y enfermos; con mayores o menores medios económicos; amas de casa, jubilados, empleados, parados; trabajando por cuenta propia o ajena; en el sector primario, en la industria, en los servicios; en sectores privados o públicos; en el comercio, las empresas, los medios de comunicación, la enseñanza, la sanidad …; con mayor o menor instrucción; con estudios primarios, secundarios o superiores; españoles o extranjeros; viviendo en familia o en soledad … Todos podemos dar testimonio de nuestra esencia y carisma carmelitano … en los medios y circunstancias que nos haya tocado vivir, en el cumplimiento de la misión que el Señor haya dado y confiado a cada uno … Lo primero es “ser”, y después está el “hacer”, que es una  consecuencia de lo primero.

           Si amamos a Jesús, si estamos unidos a Él; si queremos conocerle, amarle, seguir unidos cada vez más a Él, servirle y darle a conocer, que todos aquellos con que nos encontremos Le conozcan y Le amen, -que es “para lo que nos hemos reunido aquí”-, y verdaderamente es así para un verdadero cristiano y un verdadero carmelita-, no será difícil tener el deseo de  mantenerse unidos a Él, y crecer en esa experiencia de Dios, por medio de la oración, del conocimiento de sus Palabras y Obras y de los de sus verdaderos amigos y servidores en la Historia de la Orden y de la Iglesia. No será tan difícil seguirle e intentar imitarle, con la aspiración de ser sus “amigos fuertes” en medio del mundo; amigos y seguidores que, con sus vidas y testimonio de oración, trabajo, hermandad y servicio fiel a la Iglesia y a la Orden, sean luminarias en el candelero ante los hombres, desde la posición sencilla e incluso callada y escondida desde la que está cada cual.

          Consiste en ser “un fermento en la masa”, una pequeña semilla que nadie apenas puede ver, pero que da mucho fruto, una semilla que crece hasta la Vida Eterna. Ésa es nuestra vida y misión, llena de esperanza y alegría, pues tenemos la aspiración y satisfacción de tener ya en la tierra y  traer y extender en ella el Cielo, ese Reino de Jesús; y esa maravillosa y fascinante misión en la viña de la Iglesia y del mundo, de la que somos pequeños y humildes trabajadores.

          Tenemos la alegría de contar con la compañía de Jesús, de saber que Jesús nos acompaña y su Madre Santísima, en nuestro caminar, en nuestra vida, en medio de nuestras soledades, afanes, consecuciones, dolores y sufrimientos …

           La alegría de cumplir la Voluntad de Dios, de ser lo que Él quiere que seamos, con los distintos tipos de trabajos, experiencias, historias, procedencias, inquietudes, problemas y satisfacciones que Él quiera darnos o permita que nos ocurran.

          Al final está la resonancia de esos versos teresianos “vuestra soy, para Vos nací, ¿qué queréis, Señor, de mí?”. Esa interrogación debemos hacérnosla continuamente y acomodarnos a Su Voluntad, subiendo paso a paso por la cima del Monte de la Perfección, que es Cristo; pero con confianza y con esperanza, como un niño en brazos de su Padre, al modo que lo sentía Santa Teresa del Niño Jesús; adorando e impetrando la presencia en nosotros la presencia e “inhabitación” de la Santísima Trinidad, como la ya Santa Isabel de la Trinidad, y sin dejar por ello de hacer propia la “ciencia de la cruz” de la que nos hablaba Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

 

          No somos religiosos ni religiosas, no somos “frailes ni monjas”, no es eso lo que se nos pide como seglares carmelitas descalzos; aunque siempre podemos extraer del estilo de vida de los Padres y de las Madres de la Orden muchas valiosas inspiraciones que pueden servirnos para trasladar a nuestras existencias, y desde luego, compartimos con ellos una misma espiritualidad y carisma, “con los mismos bienes espirituales, la misma vocación a la santidad y la misma misión apostólica”, -así lo reflejan nuestras Constituciones-, pero viviéndolo todo según nuestro propio estado de vida. No somos consagrados, pero sí hemos asumido unos compromisos en forma de promesas ante nuestra Comunidad en presencia de los superiores de la Orden, que refuerzan el cumplimiento de los compromisos bautismales como cristianos, como miembros del Pueblo de Dios, de la Nueva Alianza, como hombres y mujeres nuevos al modo y en seguimiento de Jesús.

          No se nos pide ser otros Santa Teresa o San Juan de la Cruz, o Santa Teresita … No se nos pide que seamos personas excepcionales en la Historia de la Orden o de la Iglesia, no se nos piden heroicidades señaladas, -al margen de que alguno alguna vez pueda hacerlas, quién lo sabe-, sino la heroicidad de cada día, que cumplamos con fidelidad lo que el Señor desea de nosotros en nuestra vida cotidiana, que cuidemos de aquéllos a quienes Él nos haya confiado. Lo que se demanda de nosotros y constituya nuestra aspiración es “reconocer siempre y en todo lugar a Dios, buscar su Voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todas las personas, próximas o extrañas, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales”, integrando “fe y vida, oración y acción, contemplación y compromiso cristiano”, fortaleciendo “la relación con Dios para ser verdaderos testigos de su presencia en el mundo”, -aquí hablan de nuevo nuestras Constituciones-.

           En el fondo lo que se nos pide es que vivamos nuestras vidas seglares como verdaderos cristianos. No hay nada más sencillo, luminoso, alegre, rico y verdadero que la vivencia y expresión de esa fe cristiana, ni nada más natural si nos sentimos plenamente centrados en Cristo, auténticamente cristianos. Mi querida maestra de formación María Pepa Pardo, ya fallecida hace años, gran carmelita descalza seglar, de tan grato recuerdo, me resaltaba y me subrayaba, en los inicios de mi andadura en la Orden, ese feliz y amoroso reto: la profundización en los compromisos que todo cristiano ha asumido en el bautismo, a través de las promesas de seguir los consejos evangélicos y el espíritu de las bienaventuranzas que los seglares carmelitas descalzos asumimos; lo que tan fácil resulta de asumir si verdaderamente amamos a Jesús y queremos conocerle y quererle cada día más, y seguirle como verdaderos cristianos, amigos y discípulos suyos; y más bajo el carisma carmelitano-teresiano, con el estudio y puesta en práctica de la doctrina y método de oración de nuestros santos padres, madres y doctores de la Orden, de tan universal admiración.

          ¿Cuál sería la plasmación concreta del estilo de vida carmelitano-teresiano en un seglar?. Similar en esencia, en identidad y valores al estilo de vida de los Padres y las Madres carmelitas descalzos, pero adaptándolo a las peculiares circunstancias y modos de la vida en el mundo de cada uno de nosotros. Sin decaer en la exigencia, pues los seglares no debemos ni queremos desmerecer en relación con el resto de las ramas de la Orden; no queremos estar en una “segunda línea”, que se pueda decir que “no estamos a la altura”. Son precisas, y así lo reflejan nuestros Estatutos, la formación carmelitano-teresiana y eclesial no sólo inicial, sino permanente; la oración, la vivencia litúrgica y sacramental y el estilo de hermandad y recreación vividos en común los días que tenemos fijados en nuestras comunidades seglares; la unión con las otras dos ramas de la Orden, el sentirnos hermanos todas las ramas de la Orden y vivificarnos unos a otros. Todo ello unido al estudio, oración, vivencia litúrgica y sacramental por separado, individualmente, a diario en nuestros hogares y ambientes en los ratos o días en que no estamos juntos los miembros de una comunidad seglar; el cumplimiento lo más exacto posible de la Regla de San Alberto, Constituciones y Estatutos también en nuestras vidas particulares; el amor y afán de servicio a la Iglesia, y de estudio de sus documentos, en el estilo que nos enseñó Santa Teresa, en estos tiempos de dificultad que no lo son menos que los que vivió la Santa en aquella época histórica; la caridad fraterna, empezando por nuestras familias, amigos y compañeros, por un lado, y por los miembros de nuestras comunidades por otra; el cumplimiento de nuestra misión eclesial y en la Orden, con especial incidencia en la enseñanza de la oración…

          Las formas y circunstancias serán múltiples y variadas, tantas como formas de vida distinta, entornos y tipos de familia y trabajo tengamos cada uno; pero la fidelidad a nuestro carisma vivido día a día, la perseverancia en la oración personal y litúrgica, el estudio constante de las Sagradas Escrituras y de las obras de nuestros autores en la Orden y el conocimiento de su Historia, serán determinantes.

          Como un querido Padre Asistente de mi comunidad seglar de Toledo, que nos ha acompañado durante bastantes años nos repitió tantas veces, el espíritu se entrena, tal como el cuerpo o la mente. Un espíritu bien entrenado, está preparado o dispuesto, -pese a las dificultades, contrariedades, incomprensiones o sufrimientos-, para dar mucho fruto, y ser un huerto (aquí habla la Santa) donde venga a deleitarse el Señor. Y como también ha mencionado tantas veces, debemos empezar a dejar de beber permanentemente de las fuentes, de nutrirnos de los tesoros de la Orden, para utilizarlos exclusivamente en conseguir nuestra paz y bien espiritual individual, para nuestra propia salvación, -si hay alguien que tiene la tentación o la tendencia a ello-,  y empezar a emplearlos y canalizarlos en el bien de los hermanos, de la Iglesia, de la Orden, de los hombres y mujeres del mundo. Es completamente necesario tener las ideas claras sobre ello, tomarnos nuestra identidad y vocación muy en serio y de manera exigente, trabajando en crecer en ella y madurar como personas, como cristianos y como carmelitas descalzos, y conocernos a nosotros mismos y conocer a Dios y darlo a conocer a los demás, con una “determinada determinación”. No nos limitemos a beber las fuentes y tesoros del Carmelo sin dar nada a cambio. Lo que recibimos gratis, debemos darlo gratis. Por nuestros frutos nos conocerán, salvaremos almas, procuraremos conversiones y atraeremos vocaciones. Tan sólo o principalmente con el testimonio de nuestras vidas.

          Hay días o veces en que resulta un poco más difícil que otros esa concentración, esa constancia en la oración litúrgica y mental, esa disciplina, ese buscar la soledad y el silencio interiores para orar a diario en medio de las más variadas situaciones en las que transcurren nuestros días como seglares, con tantas influencias de tipos y colectivos de personas distintos, ambientes en que nos movemos e imprevistos que se nos presentan; ese intentar estar siempre a pesar de todo en la presencia de Dios. Pero no por ello, -como los atletas-, hay que dejar de ejercitarse, y los frutos los veremos pronto, y el huerto estará cada día más regado y jugoso, dejando traslucir en nuestra vida una conformación y proximidad con el Señor, que es lo que verdaderamente dará testimonio, “contagiará”.

          Nada es más bonito que ese programa de obsequio al Señor, a Quien amamos, de testimonio de Él, ante el mundo en sus variados entornos y circunstancias. Nadie mejor que los propios seglares para llegar a todos los ambientes y recovecos del mundo, de la sociedad, de la vida.

          ¿Qué cosas y actividades concretas podemos hacer?. Desde luego cumplir con las precisiones y recomendaciones de nuestras Constituciones y Estatutos con la mayor exactitud posible y con constancia: la práctica diaria de la oración mental y el rezo de la Liturgia de las Horas, la “lectio divina”, la lectura espiritual, el estudio de las Sagradas Escrituras y de los documentos de la Iglesia y las obras de los santos y doctores carmelitanos; la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, a ser posible a diario; la revisión de obras y vida; la práctica de las virtudes, especialmente las virtudes teologales; de la “abnegación evangélica vivida desde un punto de vista teologal”; ser muy cuidadosos en la fidelidad a nuestras promesas de seguir los consejos evangélicos y el espíritu de las bienaventuranzas; la prudencia y serenidad en todas nuestras actuaciones; la caridad para con todos; la humildad y la obediencia a nuestros superiores.

            Para cumplir con el estilo de vida que nos señalan nuestras Constituciones,  habremos de buscar los momentos del día en que, -según nuestros particulares actividades, obligaciones y calendarios-, nos sea más fácil encontrar la soledad y silencio interior y exterior; horarios que sean lo más regulares posibles para facilitarnos las prácticas recomendadas en medio de tantas obligaciones, actividades, aspectos que abordar, interrupciones, contrariedades y contradicciones, ritmos de vida tan materialistas, fragmentados, sincopados, superficiales, etc., como la sociedad actual nos propone o pretende imponernos a todos, etc.; e intentar amoldarnos a nuestros horarios diarios fijados de oración personal y litúrgica, lectura y estudio espiritual, participación en la Eucaristía, prácticas devocionales, etc., en la medida más regular de lo posible; pero, por otra parte, sin obsesionarnos si algún día las previsiones no se cumplen o es imposible cumplirlas por enfermedades o imprevistos. Pensemos con la Santa que “entre los pucheros” también anda el Señor. Que no caigamos en rigideces que nos hagan perder la frescura, la santa alegría y la caridad para con nosotros mismos y con los demás. La armonía, realismo y sentido común en todo ello también serán importantes.

          Creo que la actitud esencial no debe ser nunca la del “cumplimiento” en hacer muchas prácticas piadosas, de ascetismo y mortificación, rezar miles de oraciones, practicar innumerables devociones …; ni tampoco la del “activismo” en hablar con montones de personas, ayudar o atender en mil frentes,  asistir sin desmayo a muchos actos y ceremonias, inscribirnos en mil cursos … Siendo todo ello interesante y necesario, y debiendo potenciarlo, me parece más importante dosificar todas esas cosas para poder conciliarlas con el cumplimiento sosegado y exacto de nuestras obligaciones de vida, y a cambio estar en una constante presencia del Señor, en un trato de amistad con Él; viviendo nuestra vida como sea Su Voluntad, en nuestras tareas y obligaciones cotidianas y esenciales, pero de un modo ejemplar, con la mayor perfección posible, aspirando a la santidad de cada día; aprovechando todas nuestras experiencias, sufrimientos y alegrías para crecer como personas, como cristianos y carmelitas, para llegar a ser hombres y mujeres maduros en la fe, la esperanza y la caridad. Dejando a Dios ser Dios…, viendo el mundo y a los hombres con los ojos de Dios. A mí particularmente me parece de sumo interés no caer en “pietismos” y “angelismos” que nos alejen de los hombres y mujeres reales, de nuestros hermanos; amar la naturaleza humana, partiendo del amor a la Humanidad de Cristo, que se encarnó para hacerse uno de nosotros. Que casi nada de lo humano nos sea ajeno en nuestra comprensión, piedad y recomendación a Dios. Pero, por otra parte, consideremos que vivimos y estamos en el mundo, pero “no somos del mundo”: tanto peligro como llevar una vida apartada y voluntariamente ajena a los hermanos, conlleva el zambullirnos, a veces sin darnos demasiada cuenta, en una vida demasiado mundana, pues, imperceptiblemente, poco a poco, nos puede arrastrar o influenciar más de lo que pensábamos, y nos puede hacer incurrir en tentaciones y peligros innecesarios, dejándonos  poso de tristeza, tensión, tibieza, insatisfacción … Hemos de apartarnos de lo que nos aparte de Jesús, de todo lo que no nos acerque cada día más a Él, pues Él es nuestro verdadero amigo y el centro de nuestra vida. El síntoma será la paz y la alegría. Si no las encontramos dentro de nosotros, si no las traslucimos fuera, seguramente será que algo “estamos haciendo algo mal”. Estemos vigilantes, no seamos como “las vírgenes necias”. Pero, como tantas veces nos mostró la Santa Madre en el “Libro de la Vida”,  si, en algún momento, nos damos cuenta de que “hemos decaído”, tampoco nos desanimemos ni nos obsesionemos con nuestros errores; tengamos la suficiente humildad como para saber reconocerlo, y la suficiente confianza, esperanza y amor al Señor como para “enderezar de nuevo el rumbo” para vivir con mayor perfección en obsequio de Jesús, al que amamos.  

          ¡Qué maravilla sentirnos acompañados del Señor!, sentir que no estamos solos, aunque a veces nos sintamos en minoría o aislados o ridiculizados en el mundo, en nuestros ambientes o entornos, o asaltados por mil problemas, preocupaciones y soledades. Hemos de pensar que “no es el siervo más que su Señor”. Sintamos siempre Su Presencia. Nos acompañan Él, su Santa Madre, los santos del Carmelo, los carmelitas que nos han precedido, nuestros amigos y compañeros que han fallecido, nuestras familias y amigos santos que ya están en el Cielo, los ángeles custodios, nuestros hermanos y compañeros de camino en el Carmelo Seglar y en la Orden entera… No, no estamos solos, aunque inevitablemente la vida traerá sufrimiento y nuestras propias batallas habremos de librarlas nosotros solos. Y no es nuestra vida más difícil de aquellos que nos han precedido en tantas etapas de la Historia universal y de la Historia de nuestra Nación y de la Iglesia.

          Sintámonos interpelados por la misión que a los seglares, desde el Concilio Vaticano II, nos está confiando la Iglesia. No son cuestiones teóricas o “cosa de otros”, de “gente que valga más o que esté más preparada”. Es tarea de todos, y nos interpela a todos y cada uno de nosotros. Jesús nos llama a la Viña, nos llama a “remar mar adentro”, y no podemos, y sobre todo, no queremos “decirle que no”. No nos quedemos para nosotros los tesoros de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestra caridad, de nuestra religión…

          Construyamos nuestros propios “palomarcitos” en nuestros corazones, nuestras casas, nuestras familias, nuestros grupos de compañeros y amigos, nuestros vecinos, nuestros compañeros en la parroquia …donde pueda venir a anidar Jesús, donde pueda vivir, morar y reinar. Sembremos la semilla, enseñemos a nuestros niños, enseñemos a orar, demos testimonio con nuestras vidas de amistad con Jesús, amor y caridad a todos, piedad, alegría, perseverancia, serenidad, equilibrio, templanza … Ayudemos en nuestras parroquias, ayudemos a nuestros Padres y Madres de la Orden en las tareas que nos puedan confiar, y con nuestra proximidad, disponibilidad y amistad. Ellos necesitan también de nosotros, de nuestras vivencias y testimonios como seglares, de nuestras experiencias y de nuestro llegar a dónde ellos no llegan.

          Aunque no vivimos en comunidad como ellos, demos valor a los ratos que pasamos juntos con nuestros hermanos de comunidad seglar, y a los ratos que pasamos con nuestros padres y madres carmelitas descalzos, a nuestros momentos compartidos de oración, liturgia, celebración de nuestra fe, recreación. Ese vivir y compartir nuestra fe y nuestro carisma será indudablemente una verdadera escuela de vida humana, cristiana y carmelitana, un impulso para nuestro trabajo y fidelidad al nuestra vocación y compromiso, un sentimiento de “hacernos espaldas unos a otros” en nuestra tarea y incluso en nuestra vida.

          Como el Padre Saverio, nuestro Prepósito General, ha expresado en diversas ocasiones , -y ello creo que sirve para todos, también para los carmelitas descalzos seglares-, hemos de expresar con más claridad la identidad de nuestro carisma, y en nuestra experiencia, entre otras cosas, tiene un papel muy importante la vida fraterna en comunidad, como nos explica “Camino de Perfección”, el libro de Santa Teresa de Jesús que hemos leído en toda la Orden junto con las demás obras de Santa Teresa, como preparación al recientemente celebrado V Centenario teresiano; el cual nos presenta una ruta “no idealista ni espiritualista”, sino realista, para una experiencia vivida del carisma y llena de felicidad. La pregunta de si somos felices es decisiva, ya que lo que nos propone, en el fondo Teresa, es un camino hacia la felicidad, ya aquí en la tierra y después en el Cielo, como nos prometió Jesús.

          Valoremos grandemente nuestra vida de comunidad en los ratos que estamos juntos, y sigamos sintiéndonos comunidad, -pues lo somos-, en los días y momentos en que estamos en nuestras casas particulares, con nuestras familias, en nuestros quehaceres y trabajos; como familia reunida alrededor de Jesucristo, para las que son condiciones imprescindibles la humildad y la obediencia para que la obra de Dios pueda realizarse en nosotros. Sin esa valoración de nuestra identidad como familia; de una fe, esperanza y caridad vividas en comunidad, nuestra existencia y nuestra acción estribarán en nuestros pequeños activismos y piedades, en la puesta en práctica de nuestras preferencias individuales. Hemos de estar muy atentos a las necesidades y anhelos de nuestros hermanos, de aquéllos que nos rodean, de aquéllos entre quienes el Señor nos ha puesto. Nuestras comunidades deben ser lugares de auténtico crecimiento humano y espiritual, en la búsqueda de Dios, y ello podremos después irradiarlo en nuestras familias de sangre y en nuestros ambientes.  No dudemos que los hombres y mujeres de este mundo en crisis, cínico, desesperanzado, -que no cree ni en Dios ni en el hombre, como nos ha explicado otro querido Padre asistentee-, … siguen buscando a Dios, están sedientos de Él, de su Bondad y de su Belleza, de la Verdad … sin saberlo. A nosotros nos cabe ser los testigos de esa esperanza y de esa certeza.

          Sólo centrados en nuestra relación personal y comunitaria con Cristo Jesús, -pues el cristiano no es aquél que sigue una determinada doctrina, sino quien reconoce a Jesús como único y auténtico Maestro y Salvador-; y centrados en esa vivencia con nuestros hermanos y hermanas en, por y desde Cristo; sólo arraigados en nuestra vocación y compromiso, podremos lanzarnos a la misión. Como expresó el Padre Saverio en una reunión del Definitorio, parafraseando el Evangelio: “ Busquemos primero la comunidad teresiana, y el resto se nos dará por añadidura” (cf. Mt. 6, 33).

          Esa experiencia de Dios vivida y compartida será una escuela de vida y de felicidad, y podremos mostrarlo al mundo en estos tiempos que parecen tan problemáticos e incluso críticos. ¡Qué suerte tenemos los seglares carmelitas descalzos de beber comunitariamente de nuestras fuentes del Carmelo, integrarlo, o intentar hacerlo, en nuestras vidas tan distintas, variadas y particulares, y  después poder ofrecerlo y expandirlo en lo posible en nuestras otras comunidades y ambientes del mundo!. Como decía al principio, esa integración es lo difícil, pero es lo natural y lógico en nosotros, lo que se nos pide, y además es lo bonito de nuestra vocación.

          Encomendémonos a María, nuestro verdadero modelo de vida en la fe, esperanza y amor; de lectura de los designios de Dios en cada acontecimiento de la vida, de abandono en los brazos amorosos de Dios, de aceptación de su Voluntad, de agradecimiento y alabanza a Dios; de perseverancia en la oración, de escucha de la Palabra de Dios, de compromiso con todos los que la rodearon en los caminos de su vida …, imitarla es la forma más clara de seguir a Jesús. Ella es la Maestra y Hermana Mayor de nuestro carisma. Aprendamos de María a dar gracias a Dios, reconociendo la Salvación que nos ha llegado y comunicándosela a los demás. Que Ella nos ayude a recibir al Señor Jesús continuamente en nuestras vidas ahora y también en su Última Venida. Ella, la Virgen del Carmen, es “vida, dulzura y esperanza nuestra”; es nuestra estrella, nuestra ancla y nuestra guía hacia el Puerto de Salvación al que tenemos dirigido nuestro rumbo, que es Cristo; hacia nuestro Hogar, que es el Cielo. Y tenemos la responsabilidad de que vengan con nosotros en el barco los que más podamos, al menos, los que nos encontremos por el camino.

              Aprendamos a sufrir desde la fe, la esperanza y el amor, los trabajos y sufrimientos de cada día, las preocupaciones familiares, la incertidumbre y las limitaciones de la vida humana, la enfermedad, la incomprensión, etc. Tratemos de ser, como María, como José, hombres y mujeres maduros en su vida, de la práctica de la fe, de la esperanza y del amor. Seamos colaboradores del Plan de Salvación del Señor. Encomendémonos también para ello a San José, varón justo, hombre de fe, Patrono de la Iglesia Universal y de la familia; que, como nos enseñó nuestra Santa Madre Fundadora, no nos negará nada de lo que le pidamos para bien de nuestras almas y del servicio a la Iglesia y a la Orden.

              Intentemos sentirnos continuamente en la compañía de Dios, caminar en su Presencia; procuremos que la oración impregne serena y luminosamente nuestra vida, de manera que toda ella sea oración, una obra de arte que ofrezcamos a Dios como un suave aroma. Que nuestra vida sea una búsqueda continua de la unión con Dios, un discernimiento de sus caminos, el mantenimiento de un espíritu de conversión continua, y que logremos integrar toda nuestra experiencia de Dios y nuestra experiencia de la vida, para poder aunar contemplación y acción, al modo de nuestros Santos.

              Olvidémonos de particularismos, miedos, esfuerzos aislados, etc. Al contrario, creemos canales creativos de comunicación, de participación, de coordinación, diálogo, formación, labores compartidas …

              No dejemos nunca de pedir con insistencia al Señor que nos dé el Espíritu de Vida. Y pidamos  al Espíritu Santo que tengamos siempre los ojos fijos en Jesús; que seamos hombres y mujeres de esperanza, y que trabajemos todos juntos para continuar en este mundo la obra de la Creación de nuestro Padre, y de la Salvación que nos trajo Jesús; que construyamos con Él ese Reino de Dios, ese mundo de Esperanza, en nuestro caso desde nuestro carisma y estilo de vida carmelitano-teresiano, siguiendo los caminos de Teresa, Juan y Teresita y el resto de nuestros santos; y desde nuestras particulares vocaciones como seglares.

 

 

                                                                                         Gema del Sagrado Corazón de Jesús, OCDS.         

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